domingo, 26 de noviembre de 2006

En mi casa se ha terminado la leche.

Desde que tengo memoria, esta es la primera vez que no hay leche en mi casa.

Una vez, cuando yo aun era muy muy pequeñito y estaba empezando a almacenar recuerdos, el coche de mi padre, se paró. Era un Renault 21 blanco que yo recuerdo más grande que un camión. Mi madre llevaba tiempo diciendo: "Carlos, estamos en la reserva", y él: "con la reserva se pueden hacer 50 km" (no pensaba que, si, se podían hacer 50 km, pero desde el momento en que empezase la reserva; que el coche estuviese en reserva no daba siempre 50 km inagotables por el hecho de la la aguja no bajase más). Mi madre insistía, pero ahora más behemente: "Carlos, cariño (ahi la behemencia), llevamos un rato en la reserva, a ver si nos vamos a quedar tirados que es de noche, estámos en algún sitio perdido en Burgos y tenemos un niño de poco menos de 4 años en la silla de atrás". Pero no hubo manera. "Carlos, cariño, sal a la carretera principal, echa gasolina y luego seguimos, que aunque sea más largo no tenemos prisa". Mi padre no hizo caso. El coche se quedó parado a unos 2 kilómetros de un pueblo donde había un surtidor. Cuando el coche se ahogó mi madre no dijo nada. Lo que hizo mi padre no lo recuero exactamente, solo sé que cuando salió del coche mi madre me dijo "tu padre es imbécil". Luego él abrió la ventanilla y dijo que iría andando (serían las 11 de la noche o así) al pueblo más cercano a conseguir gasolina. Volvió a la hora y media, cuando mi madre había pasado del imbécil al gilipollas y de ahi al irresponsable y cabezota hasta que se dió cuenta de que no volvía y empezó a preocuparse en una época sin telefonía movil, que era mala época para preocuparse. Carlos, mi papá, regresó triunfante con una botella verde de unos 5 litros llena de gasolina. Le había supuesto tal esfuerzo que pensaba que mi madre le iba a abrazar como a un salvador. Definitivamente algo imbecil si que era.

Mi madre siempre es muy previsora y, si por ella es, el depósito del coche nunca baja de la mitad. Mi padre no es así. Él siempre piensa que con lo que hay es suficiente como para llegar hasta cuando ya sea realmente evidente que no va a ser suficiente. Le gusta que el móvil se descargue del todo, por completo, antes de cargarlo. No compra más manzanas, ni más mandarinas, ni más yogurt, hasta que el que hay no se ha terminado. Con la impresora hace lo mismo. Sabemos que vamos a gastar muchos cartuchos de tinta, pero él los compra de uno en uno. De hecho, no compra más tinta hasta que el que hay no ha expirado hasta la última gota. No es suficiente con que el ordenador, amablemente, avise y diga que la tinta se acaba, eso para él no es una comprobación empírica, las letras impresas siguen siendo negras y hasta que no sea gris no hay que… no hay que empezar a imprimir en calidad ‘ópitima’, para vaciarlo del todo. Tiene que morir dentro de la máquina. Cuando imprimo en calidad óptima con un cartucho acabado me siento como un torturador nazi. Cuando ya se agota del todo, entonces es momento de comprar otro, pero claro, hay un momento de vacío en el que es imposible imprimir. Un intervalo que suele coincidir con alguna necesidad urgente de imprimir algo importante. Como el que sufre soy yo, sugiero que, cuando vaya a comprar, compre más de uno. Como sé cómo funciona si cerebro añado: no creo que la impresora vaya a romperse con el siguiente puesto y haya que desaprovechar más de uno. Algo que podría parecer una ironía impertinente. Que se lo parecerá, con razón, a quién lo conozca como funciona él.

He puesto algunos ejemplos, pero eso pasa con todo: las bombillas, el jabón… De la tinta acabé encargándome yo. Tenía siempre dos cartuchos, uno puesto y otro lleno, cuando el que estaba puesto se vaciaba metía el lleno y mandaba el vacío a rellenar. No hay que estudiar ingeniaría para hacer eso. Así, entre mi madre, mi hermano y yo, fuimos encargándonos del stock familiar.

Mi madre ya no puede ir a la compra por culpa de su espalda. Ella iba sola, a veces acompañada de mi hermano, pero ahora ya no puede (ir sola). Dejar que mi padre vaya a sólo a la compra es una temeridad por que no tiene capacidad de previsión excepto para cosas superfluas como el chocolate. La solución fue que mi hermano y yo nos turnásemos para acompañarle. He de reconocer a que a mi hermano se la da mejor que a mi. Tiene todas las existencias más presentes y, además, creo que le gusta. A mi me resulta aburrido e incluso a veces lo paso un poco mal por que mi padre, que no es tonto, sabe que va acompañado para que lo olvide nada, entonces invierte los papeles padre – hijo y me pregunta todo. ¿Café quedaba? ¿Canela no había verdad? ¿Estos son los cereales que le gustan a tu hermano, o son esos otros? ¿El tomate que compra tu madre es ese no? Y así todo, con lo cual la responsabilidad recae sobre mi, que tengo una habilidad especial para recordar lo que falta gusto cuando damos la rotonda de salida, en ese instante y no en otro. Lo descubro pero me callo. Como yo hago ese trabajo peor y no me gusta, se lo cedo gustoso a mi hermano que aprovecha para traer algún capricho. Básicamente lo que hace es cobrar el servicio. A mi me parece bien.

Mi hermano se encargaba de ir a comprar con mi padre (iban los dos como cazadores, magníficos depredadores en Nissan Micra) excepto cuando no podía. Unos días por que tenía un examen (1º de Bachillerato), había quedado, tenía que ensayar… Entonces yo estaba de suplente.

En condiciones normales, puesto que mi hermano tenía que estudiar, tendría que haber acompañado yo a mi padre a la última cacería, pero como aun sigo un poco convaleciente, le dije a mi hermano que no podía, que mejor fuese él. Es muy responsable y no creo que hubiese dejado de estudiar por muchas otras razones, pero es que esta sin duda era de causa mayor. La diferencia podía ser abismal. Hizo un esfuerzo, pero claro, tenía la cabeza llena de clorofila y moleculitas (examen de biología) y se olvidaron de la leche. Se acordó de camino supongo, pero no dijo nada. Él también tiene derecho.

Ahora resulta que no hay leche en mi casa y es domingo. Se ha terminado por la mañana. Es horrible. La leche aquí es como el agua, solo que en vez de salir del grifo sale de la nevera del garaje. Pero esa es la única diferencia. Al abrir la nevera del garaje tengo la misma seguridad de que habrá leche que de que habrá agua cuando tire de la cadena, no hay diferencias. Esto es una especie de mini crisis familiar. Tenemos que ser fuertes…

Dios, ¿qué voy a desayunar mañana?

Fuerza y honor.

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