miércoles, 22 de noviembre de 2006

Confesiones (1ª parte)

- ¿Aquí?
- Si, si, como quieras.
- ¿Un café?
- Si
- ¿Con leche?
- Mmmm… si
- ¿Fría o caliente?
- Mejor fría
- ¿Azúcar o sacarina?
- Azúcar ¿no?
- Lo que quieras
- Azúcar
- Ahora vuelvo

Es delicado traer esos dos cafés de vaso largo. Tiene muy poca estabilidad. Lo normal es que se muevan lo suficiente como para derramar un poco de líquido en el platito. La bolsita de azúcar se moja por una esquina, pero no pasa nada, hay de sobra, puede desperdiciase un poco. Llego y ella está haciendo tiempo leyendo un libro, creo que nada interesante. Me siente llegar, tengo la mirada clavada en los vasos, como si al dejar de mirarlos fuesen a perder el equilibrio por completo. Ella está de espaldas, pero como me siente se vuelve, y luego, rápida, aparta todo de la mesa, su bolso, mi chaqueta, para que pueda dejar los cafés. Le doy el vaso que no ha derramado café, que casualmente es el mío, por que tiene la sacarina en vez de azúcar, pero en un movimiento de tahúr le hago el cambio y quedo como un señor.

Me siento delante de ella. Tiene los ojos color miel, pequeñitos. La piel pálida y suave. Cuando se aparta el pelo y lo sujeta detrás de las orejas, redonditas, se nota que por su sien pasa una vena azul preciosa. Yo la tengo muy controlada, me inspira mucho respeto. Me gustaría besarle la sien, tiene que ser fantástico poder apartar todo ese pelo brillante, sujetarlo entre los dedos y besarle tiernamente la sien.

Hacía mucho tiempo que no hablábamos. Yo estoy a punto de tomarme ya el tercer café, no he dormido nada, me he pasado prácticamente toda la noche con los ojos abiertos pensando. Me he acordado de cuando vivía cerca de mi casa. Nuestros padres eran amigos y solíamos jugar en la misma calle, en el mismo parque. Recuerdo que nos poníamos de acuerdo para convencer a nuestros padres para que nos llevasen al parque de atracciones. Yo le decía a los míos que sus padres habían dicho que si, y ella les decía lo mismo a los suyos y al final, medio engañados, acababan llevándonos. Recuerdo que hacíamos carreras para pegarnos la calcomanía en la fuente de la entrada y siempre ganaba yo. Tengo una piel más adherente. La suya es más resbaladiza, mucho más delicada. No tengo tanta confianza como para cogerle ahora la mano, pero la estoy mirando y creo que la tiene igual que cuando teníamos 8 años. Qué rápido pasa el tiempo. Todavía se ríe igual.

- Es extraño todo esto ¿verdad?
- Si, han pasado muchas cosas.
- Muchas… Tú aun tienes esa mirada
- ¿Cuál?
- Esa, cuando me miras a los ojos y luego la apartas por que no me aguantas. Bajas los ojos y miras lo que sea. Te pones muy guapo cuando lo haces. Siempre me volvió loca eso de ti. No lo he vuelto a ver en nadie.

Sonrío aun con los ojos clavados en la mesa. Le miro a los ojos, pero otra vez no aguanto. Casi sin querer, extiendo mis manos sobre la mesa y con ellas envuelvo su izquierda. Entrelazamos los dedos un poco y luego paso el pulgar por el dorso. Está igual de suave.

- Te he echado de menos
- Y yo a ti – responde como un rayo - En realidad esto es mucho más culpa mía que tuya. Desde que nos mudamos me he ido alejando de ti sin darme cuenta. Creo que estábamos tan acostumbrados a que todo saliese solo, a que las cosas pasasen sin más, a que la rutina nos mantuviese juntos, que cuando tuvimos que hacer un esfuerzo para no distanciarnos nos bloqueamos.
- Parece mentira que hayan pasado ya seis años. El tiempo se me ha pasado volando. Cada año es más corto que el anterior. Parece que noviembre acaba empezar y ya le quedan solo unos días. Parece que ayer todavía teníamos la sensación de verano pegada a la piel. Es un tiempo extraño. Noviembre es otoño pero ya sabe a invierno. Las calles huelen a castañas asadas y la gente ya mira las bombillitas sin cara de sorpresa, sin pensar que aun falta. Todo pasa volando.

Bebe un sorbo de su café y se quema la lengua. Claro, el suyo era el templado y se lo he cambiado sin querer. Qué idiota. Ella se lleva la mano a la boca.

- Mierda… Ese era el mío ¿no? ¿Está muy caliente?
- Uff… - se queda un momento callada- Si, un poco, pero no pasa nada, ya se enfriará.
- No, no, toma el mío que no lo he tocado, yo estoy acostumbrado a que esté caliente, además, a este es al que han debido echarle la lecha fría, debe estar templado, toma.
- ¿No te importa?
- No, de verdad, lo prefiero, me he debido de equivocar al ponerlos en la mesa, iba tan concentrado en que no se me cayesen por el camino que he olvidado para quién era cada uno

Los cambiamos. La conversación de antes ha quedado colgando y ahora hay un silencio bastante incómodo.

- No me gusta mucho - continúa como si nada - la navidad, pero adoro que haga frío, me encanta dormir cuando hace frío. Los domingos me quedo hasta tarde en la cama y luego salgo en camisón directa a la ducha. Me puedo pegar ahí todo el tiempo del mundo. Aprovecho para lavarme el pelo, ponerle mascarilla, frotarme fuerte la piel para quitar las capas muertas, me depilo… Salgo de ahí hecha una princesita.

- Seguro que estás muy guapa


- Yo lo estoy siempre – bromea. Bebe un poco de café y me mira. – Tienes razón en lo de antes, los años cada vez son más cortos. Cuando cumplí 19 decidí que tenía que hacer un montón de cosas. Me iba a apuntar a clases de fotografía, iba a aprender algo de arte por mi cuenta, iba a ir a gimnasio a nadar, quería sacarme el carné, fumar menos… No he hecho nada de eso. El último cumpleaños fue horrible. Cumplir 20… No sé, noté los 20 como una frontera: a partir de entonces sabía que todo aceleraría. Noto cada año como un año menos, en vez de cómo un año más. Percibo las cosas al revés. Todo pasa tan rápido que me da vértigo. Intento fijarme muchos en las cosas… – bebe otro poco, traga y suspira – Fijarme para poder ubicarlas después en el tiempo. Por ejemplo, esta conversación. Cuando vaya a empezar el verano recordaré lo que me digas ahora y te escucharé diciéndomelo con esa mirada tímida, desde detrás de las gafas. Lo ubicaré en el otoño y me repetiré a mi misma: “han pasado sietes meses, siete meses”, intentando comprender lo que eso significa, lo que son siete meses, exagerando mentalmente esa realidad para intentar sentirla como algo grande, inmenso, y así poder tener la sensación que he vivido entre medias. – Termina de beberse el café, yo aun estoy esperando a que se enfría un poco. -Probablemente no funcione.

- Nunca funciona.

Ella se inclina hacia su izquierda y pone el bolso encima de las rodillas, lo abre y empieza a buscar. Saca un paquete casi nuevo de Lucky Strike y saca un cigarro. Lo sostiene entre los labios y frunce el ceño mientras busca el mechero. Pero no hay suerte.

- Tú no tienes fuego verdad…
- No…

Necesita ese cigarro, la conozco. Antes, mientras hablaba, me ha dado la sensación de escuchar la un mechero detrás de mi, así que me doy la vuelta y pregunto. No me equivocaba, yo mismo le doy fuego. Al devolvérselo al dueño, él la mira y ella aprovecha para darle las gracias.

- No te importa que fume ¿no?
- Estoy acostumbrado.

Le da una calada muy profunda y la punta se pone al rojo vivo, casi tanto que intuyo las hebras crepitar convirtiéndose en humo y ceniza.

- Te noto un poco serio
- Estoy cansado, he dormido poco. – Me pongo aun más serio.- Además, estaba pensando en todo eso que has dicho, a mi con los 20 me pasó igual que a ti con los 19. Pensaba hacer un montón de cosas. Adelgazar, escribir más, ver más cine, divertirme, disfrutar… Estoy cerca de los 21 y no he hecho nada de eso. No hay nada que merezca la pena. Todo es un desperdicio y lo peor es que no encuentro consuelo, ni soluciones, solo distracciones estúpidas. La soledad la tengo dentro, la tengo incubada como un virus, latente siempre. La intranscendencia de absolutamente todo lo hace todo insoportable. Los días son previsibles; aburridos y neutros como el blanco; inofensivos como un beso en la mejilla. Nada sobresale. Todo es repugnantemente normal. – Me detengo, pero ella no dice nada, quiere que siga, no es un silencio incómodo, es una pausa, y ella lo sabe, fuma un poco, expulsa el humo hacía un lado para que no me dé de lleno y sacude un poco la ceniza. Yo cambio la mirada y me fijo en lo que hay fuera, en los árboles.- Las cosas que son supuestamente bellas, intensas… todo eso me suena farsa y a mentira. El otro día, sin ir más lejos, me compré un libro de poemas de Cabellero Bonald, y todo me parece excesivo: morir por amor, el desarraigo de la patria, las heridas incurables de la vida, las pasiones violentas, el deseo brutal… todo eso me suena mentira. ¿Por qué nadie escribe sobre la nada? ¿Por qué nadie explica qué pasa cuando no pasa nada? – Hago otra pausa, ahora si bebo un buen trago de café- Cuando mi vida coge una pequeña cuesta abajo intento que parezca una caída en picado, quiero verme con miedo, a una velocidad que pueda hacerme daño, que pueda matarme, que sea peligrosa. Quiero sentir el viento silbando en los oídos y las ruedas girando tan deprisa que parezca que vayan a salirse de su eje o a derrapar. Pero todo es una farsa. Sigo andando seguro y tranquilo. Despacito. Es la seguridad que da el aburrimiento. Y lo peor es que el tiempo, en vez de ir más despacio como cuando algo te aburre, hace lo contrario, se acelera. Es como si alguien estuviese viendo la película de mi vida y estuviese rebobinando los anuncios, lo que no importa, lo que no entra en el argumento, lo que es insustancial, es decir, todo esto. Mirar atrás y ver que no has hecho anda de lo que querías hacer es horrible. Ya no sólo con lo de adelgazar y esas cosas. Yo quería estar con alguien, querer a alguien. Disfrutar. Follar hasta hartarme, pasarlo bien y ser feliz. Y claro, evidentemente no ha pasado nada de eso; no tengo novia, pero tampoco he follado hasta hartarme, de hecho no he follado; tampoco lo he pasado realmente bien, y desde luego no he sido feliz. – Bebo más. Pero ahora rápido, no quiero silencios, necesito decir todo lo demás y rápido, sin pensarlo – Me sigo haciendo pajas como un adolescente, como cuando tenía 15 años. Me masturbo de forma mecánica, a veces después de comer, otras antes de dormir. Es horrible. Ya ni me molesto en hacerlo bien, tranquilamente, en disfrutarlo. Hace tiempo que no vivo situaciones cotidianas que me exciten, así que acabo poniéndome los anuncios pornográficos medio codificados de alguna televisión local donde dos tipos, mucho mas grandes y que la tienen mucho más grande que yo, penetran, uno por delante y otro por detrás, a una furcia maquillada que se aleja por completo del prototipo de mujer que me excita. Y me corro viendo esa mierda. Lo más rápido posible. – Me callo. Creo que me he pasado. – Ese es el colmo de la soledad ¿sabes? Normalmente prefiero no pensar en ello, me siento vacío si lo hago. Hay noches en que luego miro la agenda del móvil, como buscando consuelo, y no hay nadie, todos los nombres, todas las personas me producen la misma apatía, me parecen todos igual de asépticos que el resto de las cosas que me rodean. Pienso en esto y lo enfoco desde un punto de vista racional, intentando comprenderlo. Necesito saber que es una situación pasajera, que esto cambiará y todo eso. Necesito saber que esta nada no va a estar aquí para siempre. Si no acabaré pegándome un tiro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

si te pegas un tiro, te mato