domingo, 26 de noviembre de 2006

¿A qué huelen los hospitales?

El hospital olía a química y orina.

Aquella habitación de hospital olía a muerte y a desesperanza.

El hospital olía a orina, excrementos y cuerpos sucios, y algunos de los cuidados que prestaban a los enfermos eran tan repugnantes que…

El hospital olía a medicina y a enfermedad.

El hospital olía a chamusquina.

El hospital olía esa mañana a pintura fresca e insecticida.

El hospital olía bien, las flores de las visitas se amontonaban en las puertas de los pasillos donde al final se marchitaban...

En el hospital olía a resignación en todas sus interpretaciones posibles.

El hospital olía a espejismos, dolor y desinfectante.

Un hospital huele a desinfectante.

¡En el hospital huele a amor!

En el hospital huele a mierda. Huele a mierda con desinfectante. Quizá sea ese el olor del sufrimiento. Mierda, desinfectante y carne abierta.

El hospital huele a hospital.

El hospital huele a médicos.

El pasillo del hospital huele a asepsia, ese aroma sospechoso formado por la pugna de unos efluvios sobre otros.

El hospital huele a muerte. Flotan los cuerpos, y los ojos vacíos se pierden en las sábanas.

El hospital huele a químicos y detersorios.




Tengo una respuesta absoluta a la pregunta. Una conclusión simple e irrevocable. Absolutamente indiscutible desde cualquier punto de vista. Empíricamente comprobable. Aterradoramente definitiva. Los hospitales huelen a Betadine. Punto.

En mi casa se ha terminado la leche.

Desde que tengo memoria, esta es la primera vez que no hay leche en mi casa.

Una vez, cuando yo aun era muy muy pequeñito y estaba empezando a almacenar recuerdos, el coche de mi padre, se paró. Era un Renault 21 blanco que yo recuerdo más grande que un camión. Mi madre llevaba tiempo diciendo: "Carlos, estamos en la reserva", y él: "con la reserva se pueden hacer 50 km" (no pensaba que, si, se podían hacer 50 km, pero desde el momento en que empezase la reserva; que el coche estuviese en reserva no daba siempre 50 km inagotables por el hecho de la la aguja no bajase más). Mi madre insistía, pero ahora más behemente: "Carlos, cariño (ahi la behemencia), llevamos un rato en la reserva, a ver si nos vamos a quedar tirados que es de noche, estámos en algún sitio perdido en Burgos y tenemos un niño de poco menos de 4 años en la silla de atrás". Pero no hubo manera. "Carlos, cariño, sal a la carretera principal, echa gasolina y luego seguimos, que aunque sea más largo no tenemos prisa". Mi padre no hizo caso. El coche se quedó parado a unos 2 kilómetros de un pueblo donde había un surtidor. Cuando el coche se ahogó mi madre no dijo nada. Lo que hizo mi padre no lo recuero exactamente, solo sé que cuando salió del coche mi madre me dijo "tu padre es imbécil". Luego él abrió la ventanilla y dijo que iría andando (serían las 11 de la noche o así) al pueblo más cercano a conseguir gasolina. Volvió a la hora y media, cuando mi madre había pasado del imbécil al gilipollas y de ahi al irresponsable y cabezota hasta que se dió cuenta de que no volvía y empezó a preocuparse en una época sin telefonía movil, que era mala época para preocuparse. Carlos, mi papá, regresó triunfante con una botella verde de unos 5 litros llena de gasolina. Le había supuesto tal esfuerzo que pensaba que mi madre le iba a abrazar como a un salvador. Definitivamente algo imbecil si que era.

Mi madre siempre es muy previsora y, si por ella es, el depósito del coche nunca baja de la mitad. Mi padre no es así. Él siempre piensa que con lo que hay es suficiente como para llegar hasta cuando ya sea realmente evidente que no va a ser suficiente. Le gusta que el móvil se descargue del todo, por completo, antes de cargarlo. No compra más manzanas, ni más mandarinas, ni más yogurt, hasta que el que hay no se ha terminado. Con la impresora hace lo mismo. Sabemos que vamos a gastar muchos cartuchos de tinta, pero él los compra de uno en uno. De hecho, no compra más tinta hasta que el que hay no ha expirado hasta la última gota. No es suficiente con que el ordenador, amablemente, avise y diga que la tinta se acaba, eso para él no es una comprobación empírica, las letras impresas siguen siendo negras y hasta que no sea gris no hay que… no hay que empezar a imprimir en calidad ‘ópitima’, para vaciarlo del todo. Tiene que morir dentro de la máquina. Cuando imprimo en calidad óptima con un cartucho acabado me siento como un torturador nazi. Cuando ya se agota del todo, entonces es momento de comprar otro, pero claro, hay un momento de vacío en el que es imposible imprimir. Un intervalo que suele coincidir con alguna necesidad urgente de imprimir algo importante. Como el que sufre soy yo, sugiero que, cuando vaya a comprar, compre más de uno. Como sé cómo funciona si cerebro añado: no creo que la impresora vaya a romperse con el siguiente puesto y haya que desaprovechar más de uno. Algo que podría parecer una ironía impertinente. Que se lo parecerá, con razón, a quién lo conozca como funciona él.

He puesto algunos ejemplos, pero eso pasa con todo: las bombillas, el jabón… De la tinta acabé encargándome yo. Tenía siempre dos cartuchos, uno puesto y otro lleno, cuando el que estaba puesto se vaciaba metía el lleno y mandaba el vacío a rellenar. No hay que estudiar ingeniaría para hacer eso. Así, entre mi madre, mi hermano y yo, fuimos encargándonos del stock familiar.

Mi madre ya no puede ir a la compra por culpa de su espalda. Ella iba sola, a veces acompañada de mi hermano, pero ahora ya no puede (ir sola). Dejar que mi padre vaya a sólo a la compra es una temeridad por que no tiene capacidad de previsión excepto para cosas superfluas como el chocolate. La solución fue que mi hermano y yo nos turnásemos para acompañarle. He de reconocer a que a mi hermano se la da mejor que a mi. Tiene todas las existencias más presentes y, además, creo que le gusta. A mi me resulta aburrido e incluso a veces lo paso un poco mal por que mi padre, que no es tonto, sabe que va acompañado para que lo olvide nada, entonces invierte los papeles padre – hijo y me pregunta todo. ¿Café quedaba? ¿Canela no había verdad? ¿Estos son los cereales que le gustan a tu hermano, o son esos otros? ¿El tomate que compra tu madre es ese no? Y así todo, con lo cual la responsabilidad recae sobre mi, que tengo una habilidad especial para recordar lo que falta gusto cuando damos la rotonda de salida, en ese instante y no en otro. Lo descubro pero me callo. Como yo hago ese trabajo peor y no me gusta, se lo cedo gustoso a mi hermano que aprovecha para traer algún capricho. Básicamente lo que hace es cobrar el servicio. A mi me parece bien.

Mi hermano se encargaba de ir a comprar con mi padre (iban los dos como cazadores, magníficos depredadores en Nissan Micra) excepto cuando no podía. Unos días por que tenía un examen (1º de Bachillerato), había quedado, tenía que ensayar… Entonces yo estaba de suplente.

En condiciones normales, puesto que mi hermano tenía que estudiar, tendría que haber acompañado yo a mi padre a la última cacería, pero como aun sigo un poco convaleciente, le dije a mi hermano que no podía, que mejor fuese él. Es muy responsable y no creo que hubiese dejado de estudiar por muchas otras razones, pero es que esta sin duda era de causa mayor. La diferencia podía ser abismal. Hizo un esfuerzo, pero claro, tenía la cabeza llena de clorofila y moleculitas (examen de biología) y se olvidaron de la leche. Se acordó de camino supongo, pero no dijo nada. Él también tiene derecho.

Ahora resulta que no hay leche en mi casa y es domingo. Se ha terminado por la mañana. Es horrible. La leche aquí es como el agua, solo que en vez de salir del grifo sale de la nevera del garaje. Pero esa es la única diferencia. Al abrir la nevera del garaje tengo la misma seguridad de que habrá leche que de que habrá agua cuando tire de la cadena, no hay diferencias. Esto es una especie de mini crisis familiar. Tenemos que ser fuertes…

Dios, ¿qué voy a desayunar mañana?

Fuerza y honor.

viernes, 24 de noviembre de 2006

Cojear con muletas y cojear sin muletas.

No tiene nada que ver. Cuando uno cojea con muletas, y más si tienes una venda, o mejor, una escayola que se vea bien, la gente te mira como a un lisiado provisional. Piensan que quizás te hayas hecho daño haciendo deporte, jugando al rugby, al fútbol o en una caída tonta haciendo senderismo. Observan la destreza con la que te manejas bajando las escaleras del metro, o cómo te apañas para llevar un café en una mano y andar con una muleta a la pata coja hasta la mesa. Si haces gestos de dolor al sentarte o al girar el pie de una forma errónea, te miran como pensando: “pobrecillo, no se lo merece”. Los que te conocen bien te preguntan como fue y piden detalles. Incluso hay gente por la calle que te conoce de vista y se atreve a preguntar si te duele y cuanto te queda. Las amigas de tu madre te recomiendan a su fisioterapeuta, qué es buenísimo, y los vecinos dicen “¡ay! seguro que te lo has hecho por hacer el bruto, si es que…”.

Cuando cojeas sin muletas no eres un lisiado provisional, eres un enfermo. La gente te mira con compasión, como a un inválido crónico que lleva tanto tiempo lisiado que ha aprendido a manejarse sin muletas en un acto mezcla de esfuerzo personal y renegación de su problema. No te admiran por la destreza con la que consigues corretear un poco hacia el autobús, no te ayudan. Algunos parece hasta que tienen miedo de que vayas a pegarles algún tipo de enfermedad. Aunque el movimiento anormal sea muy leve se nota en seguida. Es como la asimetría de un tabique nasal roto: aunque la desviación sólo sea de uno o dos milímetros se nota, el cerebro tiene archivada la simetría facial y las formas simétricas de andar, apoyando lo mismo en un pie que en otro, con pasos que acortan distancias equivalentes. Los que no saben qué te pasa no preguntan por miedo a que sea algún tipo de enfermedad mortal degenerativa. No están preparados para compadecerte hasta la muerte y prefieren no meterse en líos. Hacen como que no se han dado cuenta, te saludan, te preguntan por tu vida y luego se despiden y cuando han caminado un poco se giran para mirarte andar, para asegurarse de que si, de que estás enfermo.

Cabrones.

jueves, 23 de noviembre de 2006

Confesiones (5ª parte y fin)

Temí haber sido demasiado duro con aquello, pero era la verdad.

- Mira, ya no podemos volver atrás. Las cosas no son como antes, es imposible que lo sean. Lo que pase ahora es lo que deba pasar ahora, no lo que debería haber pasado hace seis años. Yo no quiero pensar que aquello me condicione ahora. No puedo quererte en base a unos recuerdos preciosos, que lo son. Y tú deberías darte cuenta de que tampoco puedes. Debería quererte por lo que eres ahora, y no por lo que eras. Yo sé que en aquella época estaba enamorado de ti, pero esa personita ha desaparecido, ha evolucionado y está sentada ahora delante de mí. Tiene el pelo más corto, las manos más frías, la voz más grave y ha empezado a fumar. - Se enjuagó una lágrima - No sé si estoy enamorado de ti, no lo sé. - Yo le enjuagué la siguiente.- Y te darás cuenta si lo piensas de que tú tampoco sabes si lo estás de mí, por que yo tampoco soy el mismo que era. Lo único que sé ahora, lo único cierto, es que todo vuelve a ser posible, que vuelves a estar a un palmo, y que si enfermas iré encantado a hacerte compañía, pero no sé nada más. Es mejor así. Deja que lo que tenga que ser sea sin más. Todo saldrá bien, ya verás.
- Tienes razón.
- ¿Te acompaño a casa?
- Si, por favor.
- Vamos.

FIN

Confesiones (4ª parte)

- Si.

Claro que lo comprendía, era muy fácil para mí comprender todo aquello. Ella también había estado en todo. Me pasó lo mismo.

- Claro que te entiendo. A mi me ha pasado algo parecido. Al principio, te eché muchísimo de menos y luego, muy progresivamente, muy poco a poco, como el que se cura de una enfermedad grave, fui necesitándote menos. Por eso tampoco te llamé ni te escribí tanto como me pedía el cuerpo, tenía que acostumbrarme rápido a tu ausencia, contactar contigo era un lujo me concedía muy de vez en cuando y sabiendo lo que arriesgaba. Me hice fuerte y casi sin querer empecé a culparte de que todo me saliese mal. No me concentraba del todo en nada, no podía dejar la mente en blanco. No llegué a empezar nunca una relación seria, me sentía un farsante estando con otras. Alguna noche me dejé llevar, pero sólo eso. Estabas ahí, en mi vida, y no podía sacarte del todo. Recuerdo el día que hizo un año que te fuiste. Pasaba frete a tu casa y veía otras cortinas, otras personas, otro coche en la puerta… No sé, ese día también yo lo pasé bastante mal y también bebí, aunque no acabé en la cama con nadie. Supongo que por que nadie quiso engañarme. – sonreí para subrayar que lo decía en broma, quería que se diese cuenta de que no importaba que hubiese dicho aquello; sonreí como una señal, pero no sé si lo captó así - Fue una de esas noches en las que uno no sabe qué va a ser capaz de hacer. Yo acabé solo. Completamente solo, como siempre. Me fui distanciando un poco de todo. Seguía manteniendo mis amistades de siempre, pero ya no formaba parte de los grupos, no estaba en todo como antes. Había días que salía con ellos y se pasaban la noche contando anécdotas de la noche anterior, y como no había estad,o me perdía. Me fui despegando del mundo, casi sin querer. Pasaron los años y yo cada vez era más introvertido y menos sociable, y eso no ayudaba a que conociese gente. No quiero decir que el hecho de que te fueses provocase todo eso. No, con el tiempo me he dado cuenta de que no es así, y por eso dejé de culparte. Yo tiendo a la soledad por naturaleza, al desarraigo, a la no pertenencia; que te fueses me dejó en mi estado natural: solo. – Yo no tenía cara de que todo aquello fuese algo del pasado, yo sabía que seguía siendo así y que me había ocurrido a mi. Hice una pausa y desistí de terminarme el resto del café, ya muy frío -. Mis amigos - contunué con esfuerzo- fueron teniendo novias, incluso los más estúpidos. En el fondo les envidiaba, me jodía verles tan contentos, tan acompañados, a esos que yo no creía que valiesen nada, que no sabían nada ni se interesaban por nada, que no eran capaces de mantener una conversación interesante durante más de 30 minutos. Tú no dabas señales de vida y hubo un tiempo en que me hundí y decidí, como tú, que tenía que olvidarte. Y creí haberlo conseguido. Mi problema con las relaciones se fue atenuando un poco, de hecho tuve algo parecido a una relación en un par de ocasiones, y hace una semana me dejaron caer que una chica de clase del año pasado estaba interesada por mi. Yo me he dejado querer, pero he sido incapaz de devolver ese amor. Les daba cariño, respeto… y poco más. Conseguir eso de mí ya era mucho. – Me estaba desviando del tema. En realidad no sabía cómo había llegado a este punto. intenté responder a su pregunta–. Comprendo que te haya dolido. Nunca pensé que fueses a regresar tan pronto. Que estés aquí para quedarte es algo que me cuesta asimilar. Realmente me acostumbré a tenerte lejos. –volví a hacer una pausa. Cambié la expresión triste por una más resualta, con un tono un poco más enérgico - En cuanto a lo de la agenda del móvil… te borré. No estabas, de haber estado te hubiese llamado cada vez que estuviese borracho. – Aquello era tan cierto y tan triste que me sorprendió soltarlo así, como si nada. Me quedé un momento en silencio y tuve la sensación de que ella iba a intervenir, pero no lo hizo – Tenía miedo de aprenderme tu número de memoria, así que cuando te llamaba no miraba las teclas para no memorizar. Era absurdo- dije riéndome-, miraba el número y una parte de mi cerebro fotografiaba el post it para retenerlo y la otra luchaba por sólo almacenar los numeritos de tres en tres, cerrar los párpados rápido y marcarlos sin mirar en el teléfono. – Lo recordaba como si estuviese viéndolo – Que triste. – Realmente me lo parecía.- Recuerdo que un día vino tu padre a casa, había bajado a Madrid por algo de trabajo y el mio le invitó a comer. Me preguntó por mi vida y yo a él por la suya. Cuando le pregunté por ti me dijo que te había ofrecido venir, pero que tú habías preferido quedarte. – Me quedé en silencio. – Podrías haber venido, ¿no?
- No quería hacerme daño.
- Creí que era estar lejos de mi lo que te hacía daño.
- Si, pero entonces no estaba preparada para venir, estar contigo, pasarlo genial, confirmar todo lo que pensaba que era cierto y llevaba ya años ocultándome y luego tener que volver a marcharme.
- ¡Ah! Entonces no, pero resulta que el verano que quedamos fue maravilloso. – nada tenía sentido – Pues perdona, pero no lo entiendo.
- Eso fue diferente.
- ¿Ah si? ¿En qué? ¿En qué fue diferente?- le dije mirándola, ahora si, a los ojos - Nos vimos ¿no es eso? Y también entonces tuvimos que despedirnos ¿o no?. Eso solo fue unos meses después, ¿tanto había cambiado la cosa?
- Aquello no lo planeábamos -dijo intentando justificarse-. Coincidimos: tú estabas allí y yo también. No tuve tiempo de ponerme a reflexionar sobre los pros y contras de verte. Era una ciudad neutral, que ninguno conocía y a la que habíamos llegado medio por casualidad. Sólo íbamos a estar allí un día los dos a la vez. No tenía que ver tu casa, ni la mía, ni a la gente de allí, ni el parque, ni nada. Sólo a ti. No me hubiera perdonado no verte.
- No te lo hubieras perdonado entonces pero sin embargo tu padre estuvo bajando a Madrid cada 3 meses durante años y nunca, nunca viniste con él. Eso también me lo dijo, que bajaba cada tres meses, que ya vendrías la próxima vez. Supongo que me lo dijo al ver como se me caía el alma a los pies cuando me dijo que no habías querido venir. Que no estabas ahí sentada a mi lado clavándome la mirada, básicamente, por que no querías ¿Crees que no contaba los meses? Bajó en Febrero y yo pensé que en Mayo o así tendría que regresar, y luego, quizás a principios de Septiembre… acabé perdiendo la cuenta. Ya no vino más a casa. A veces, cuando venía, mi padre y él se veían y tomaban unas copas, pero también fueron perdiendo el contacto. Dejó de venir. De hecho mi padre acabó preguntándome si yo lo mantenía contigo y cuando no lo negaba en rotundo, aprovechaba para preguntarme tu padre, que si estaba bien. ¿Cómo iba yo a saberlo? Le decía que si, que muy bien, y ya está.
- Lo siento, siento no haber bajado.
- Es que no es que lo sientas o no lo sientas. Es simplemente que las cosas no cuadran, que no me puedes decir que me echaste de menos con todas tus fuerzas, que arruiné tus relaciones, decirme que fue maravilloso verme y luego reconocer que no quisiste bajar nunca. No dudo que ahora lo sientas, pero es que ahora es muy fácil sentirlo: ahora estás aquí.
- No hace falta que me comprendas...
- ¡Claro que hace falta! - dije sin que ella terminase la frase-. A mi si me hace falta.
- Escucha... - susurró acariciándome la mano - sé que no tiene mucho sentido, yo tampoco sé explicarme. Solo quiero que lo olvides, que pienses en ahora, en que estamos juntos otra vez y todo puede volver a ser como debería haber sido. ¿Qué más da ya el pasad? Ahora podemos empezar ahora lo que no pudimos empezar entonces.
- Ahora los dos somos personas diferentes Laura. Ya no tenemos 15 años. Somos distintos.

Ella se quedó callada.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Confesiones (3ª parte)

Ahora estaba delante de mi, encendiendo el segundo cigarrillo.

- Yo sé que no vas a pegarte un tiro
- ¿Cómo estás tan segura?
- Sé que eres un chico de palabra, que puedo confiar en ti. Una vez me dijiste que siempre ibas a estar aquí, y muerto no me vale, así que para cumplir tu promesa tienes que mantenerte con vida.

Me quedé callado por que no sabía bien hasta que punto estaba diciendo aquello en serio. Me conocía lo suficiente como para saber que yo no decía en serio lo de pegarme un tiro, pero tampoco era propio de ella bromear sobre las tentaciones suicidas, por fugaces que fuesen, de alguien como yo. Y menos con esa prepotencia, como si lo único que me aferrase definitivamente a la vida fuese aquella promesa.

- De eso hace ya mucho
- ¿Te arrepientes de haberme prometido algo que ahora no te ves capaz de cumplir?

Tenía la sensación de que aquella conversación se me estaba escapando de las manos, ella la controlaba por completo, su agresividad le había dado las riendas. Ahora era ella la que evitaba mirarme. Estaba tensa, enfadada.

- Todo el mundo hace promesas que luego no cumple. Pasa constantemente. Además, tú ya no me necesitas como antes; – ahora igualé su agresividad, no me gustaba nada estar a su merced – de lo que había antes queda muy poco. Recuerdos, eso es todo. Tú has hecho tu vida fuera de esta ciudad, es lo que tenías que hacer. Yo he intentado hacer lo mismo, hacer mi vida aquí, aunque no me ha salido muy bien, no sé si contigo cerca hubiese sido distinto, es algo que no voy a poder saber nunca, por eso no lo pienso.
- Procuras no pensar en muchas cosas ¿no crees?
- ¿Se puede saber qué te pasa? De repente te has puesto muy agresiva.

Fumó.

- Nada.

Yo me callé, claro. Sabía que después de ese “nada” venía todo lo demás, como un complemento. En realidad lo estaba estructurando todo, estaba buscando las palabras.

- No sé. Me pasa que me ha jodido escucharte decir todo eso. Sé que es egoísta por mi parte, que soy una imbécil, ya lo sé, pero pensé que seguías sintiendo algo por mí, como entonces. Pensé que no me habías olvidado, que de alguna forma estábamos conectados, haciendo cada uno su vida pero sabiendo que solo era cuestión de tiempo volvernos a juntar, a estar como antes. Pero no. – Volvió a fumar. Siguió huyendo de mis ojos – Me has incluido en toda esa mierda apática que te rodea. Me he convertido en una más, en algo intranscendente como todo lo demás. En un recuerdo. Ya no valgo nada para ti.

Eso me dolió, pero no iba a caer en la trampa de regalarle el oído, no tenía ninguna intención de consolarla, de decirle lo que quería oír y punto, nunca he sido de esos.

- Tú eso no lo sabes. – dije serio - El tiempo desgasta mucho las cosas. – Hice un silencio largo; también yo necesito encontrar las palabras. – La verdad es que los recuerdos de aquella época es de las pocas cosas que realmente aprecio: recordar todo aquello y entristecerme hace que me sienta vivo. Eso es mucho.

Esperaba que fuese suficiente con la verdad, pero no. Tenía el orgullo herido, pero yo no iba a ir más allá.. En el fondo tenía un rencor inconsciente: no terminé de perdonarle que se fuera, y ahora que venía quería que se notase. Qué idiota. Cambié de estrategia.

- Además – continué – a ti te ha pasado lo mismo conmigo. He pasado a ser un recuerdo. Tú has tenido otras relaciones.
- Ninguna ha funcionado
- ¿Y eso qué tiene que ver?

Ahora si me miró fijamente.

- Tiene todo que ver

Desconcertado otra vez.

- ¿Qué quieres decir?
- Nada.

Otra vez lo mismo de antes. Había que esperar el complemento, saldría solo. Machacó el segundo cigarro contra el fondo del cenicero haciéndolo girar con rabia. Cuando lo soltó, estaba doblado en un ángulo recto y tuvo aun un par de espasmos que lo enderezaron un poco, pero finalmente se quedó quieto, muerto como el anterior. Continuó.

- Quiero decir que me acordaba constantemente de ti. Que desde que me fui no he podido estar con nadie sin preguntarme si no sería más feliz a tu lado. – Hizo una pausa. Tenía muchas cosas que decirme, pero algo dentro le decían que no debía. Justo en ese momento estaba luchando consigo misma. Yo no moví un músculo, pensaba que si no me movía no me haría tan evidente y aquello que tuviese que decir parecería más un monólogo y sería más fácil. Al final continuó. - Todas las relaciones que he tenido han nacido muertas. Estabas en todas. Recuerdo la noche que perdí la virginidad. Fue más o menos un mes después de llegar a Zaragoza. Estábamos bebiendo en un parque, yo bebí muchísimo. Te echaba de menos con todas mis fuerzas. La verdad es que no me costó hacer amigas allí. Me hice muy amiga de una chica de mi clase que se llamaba Marina, aquella noche yo iba a dormir en su casa. Pasaba muchas tardes allí, estudiando y hablando de tonterías. Tenía un hermano dos años mayor que nosotras, un tío muy delgadito, guapo, a mi gustaba un poco. Se llamaba Sergio. Aquella noche salimos con él y sus amigos y… bueno, yo me fui a hacer pis y cuando volvía me encontré con él. Estaba muy borracha y él se aprovechó. Me dijo un montón de mentiras, empezó a besarme por el cuello, me tocó… - cogió aire y clavó la mirada en la mesa – me… me metió la mano por dentro de las bragas y empezó a tocarme, a meterme el dedo y… Yo… bueno, me excité mucho y me enrollé con él. Luego me llevó a su casa, a su cuarto, me desnudó e hicimos el amor. Me dolió. Él estaba muy borracho también. Justo cuando empezó a dejar de dolerme y empecé a disfrutar, él se corrió, se quitó el condón, bebió agua, me dio un beso, me preguntó si me había gustado y, sin escuchar la respuesta, se quedó dormido. Yo no sabía que hacer. Por suerte tenían una casa muy grande, y él un baño en la habitación, así que me lavé un poco, me mojé la nuca para despejarme, terminé de vestirme y me fui a mi casa. Eran casi las 5 de la mañana y pasé mucho miedo y mucho frío volviendo. Además aun me dolía por dentro. Solo deseaba tenerte cerca, que estuvieses conmigo, que me abrazases, que me dijeses que ibas a estar siempre. El día siguiente me lo pasé entero llorando. Mis padres no entendían nada, no quise explicárselo. Odié con todas mis fuerzas a mi padre y su puto trabajo que me habían alejado de ti. Lo pasé mal. No te dije nada por que no quería que supieses que estaba tan triste, tan enamorada. Quería que pensases que era una chica fuerte, que estar lejos de ti me apenaba, pero que no me había destruido por completo. Lo pasé muy mal. – Lo dijo tranquila, como si me hubiese perdonado, como si fuese algo completamente del pasado que le había sucedido a alguien que no era ella, pero no conseguí evitar sentirme culpable de todo aquello. Ella suspiró – Luego… - ahora era ella la que pensaba que quizás no tendría que haber dicho todo aquello – luego decidí que tenía que olvidarte. Pasé mucha vergüenza por lo de Sergio, todo el mundo se enteró y Marina dejó de hablarme. La perdí en el peor momento, cuando más me hacía falta. Luego hablamos y aclaramos todo, pero nunca volvimos a recuperar la relación del principio. Sergio se olvidó de mí. Tenía novia cuando pasó aquello y le costé un problema. Incluso también él se enfadó conmigo cuando su novia le dejó. Volvieron a los dos o tres meses después de que aquel gilipollas se humillará y le pidiera clemencia. Estoy segura de que ellos tampoco recuperaron la relación que tenían antes, aunque eso es algo de lo que no estoy orgullosa.

Yo permanecí en silencio. Ella ya había empezado a escarbar en sus recuerdos y no le era fácil parar, aunque quisiera, su cabeza ya estaba dándole vueltas a todo aquello y hubiera sido imposible, inútil, cambiar de tema. Continuó.

- Los primeros meses fueron los peores. Luego, a fuerza de no verte, dejaste de estar tan presente. Empecé a dejar de pensar todos los días en ti. A lo mejor me acordaba de ti una vez por semana. Cuando me escribías todo se complicaba. Por una parte lo estaba deseando y por otra sabía que un mínimo contacto por tu parte suponía dos o tres días pensando en ti. Todo esto también fue atenuándose y me acostumbré a tenerte lejos. Aquel verano que quedamos fue maravilloso. Al año siguiente yo iba a empezar la universidad y tenía un montón de ganas de hacer de todo. Verte fue un alivio. Joder… - ahora sonrió y me miró – tío, estabas igualito, con esa mirada – se le borró la sonrisa – como ahora, supongo. En fin, en primero conocí a un chico y empecé a salir con él. Estábamos muy bien, pero no me había olvidado de ti, y ya habían pasado cuatro años. Es increíble. Temí estar idealizándote, pero aunque estuviese haciéndolo no había forma de evitarlo. Aquella relación se acabó sola, se calló como se caen las hojas de los árboles, sin que fuese una tragedia para nadie. Aun somos buenos amigos, vivimos muchas cosas bonitas juntos. Se llamaba Carlos. Procuré no hablarte mucho de él, lo hacía inconscientemente. Supongo que queria que pensases que seguía siendo toda para ti. No quería hablar de eso contigo por que tenía miedo de enfrentarme a la realidad: que tú no habías desaparecido, sólo estabas lejos. No pensar en ello era lo más inteligente. Desde Carlos no ha habido nada. Cuando supe que volvíamos a Madrid me alegré muchísimo. La casa de aquí la alquilamos a unos… bueno, tú ya sabes a quienes mucho mejor que yo, han sido tus vecinos todo este tiempo. El contrato se terminaba el mismo año que jubilaban a mi padre, y a mi madre lo mismo le da ser profesora aquí que allá. A ellos siempre les gustó más Madrid, son muy urbanitas. Me preguntaron si quería volver, eso fue un detalle por su parte – no pudo evitar la ironía -. Yo les dije que sí, que claro que quería volver, que terminaría la carrera en Madrid encantada. Eso fue hace unos 3 meses ¿Sabes? Aun no he entrado en casa. Mis padres deben de estar allí ahora, comprobando que todo está bien, abriendo las ventanas, despidiéndose de los inquilinos. Por lo visto han tenido suerte y han encontrado un piso relativamente cerca. Es más pequeño que mi casa, pero supongo que también más barato. No van a tener que cambiar al niño de colegio no nada. Yo no he querido entrar todavía. En realidad solo quería verte y hablar contigo y… bueno, que dijeses todo aquello, que todas las personas, incluida yo, te producían la misma apatía… Me ha dolido. ¿Lo comprendes?

Confesiones (2ª parte)

Hacía mucho que no hablaba tan claro con nadie. Era difícil prever una reacción a todo lo que acababa de decir. En cinco minutos había puesto encima de la mesa y con una sobriedad y una tranquilidad absolutas, la mayoría de las miserias que me atormentaban. Acababa de desnudarme como sólo lo hacía conmigo mismo. Ella seguía fumando como si tal cosa. Recuerdo aquella vez que nos desnudamos. Fue el mismo año que ella se fue, el año en que la mudaron. Era un viernes, ella estaba con gripe en casa, llevaba ya un par de días con fiebre y estaba empezando a mejorar. Sus padre tenía una cena de empresa y su madre tenía que acompañarle, había pensando en quedarse, pero viendo que estaba mejor, que le fiebre bajaba y que ya comía con normalidad, decidieron dejarla sola en casa. Ella me llamó para contarme que ya estaba mejorando, que se encontraba mejor, que había desayunado un zumo de naranja con tostadas. Me preguntó si yo las tostadas las hacía con pan de molde o con pan normal, y me regañó por hacerlas con pan de molde. Me preguntó, sabiendo la respuesta, que qué iba a hacer esa noche. La respuesta era que nada. No lo dijo, pero el silencio que vino después me pidió que fuese a hacerle compañía. Le dije “esta noche voy a hacerte compañía para que te mejores del todo”. Ella se rió. “Trae una peli”. Yo le llevé la manta con la que me tapaba yo cuando me ponía malo y una cinta con “Los amantes del círculo polar” grabada. Buen gusto para tener 16 años. Ella 15. La película la había grabado mi tía del plus hacía unas semanas y se la había dejado a mi padre. Él me había dicho que le había gustado. Lo mejor es que no tenía anuncios entre medias y podía verse del tirón.

Cuando llegué me dije que la mejoría debía ser interna. Ella ya era pálida de por si, pero aquel día lo era aun un poco más. Llevaba un camisón blanco con dibujos muy grandes en rojo y por encima de los hombros una manta. En los pies unas zapatillas de casa con forma de gorila. El pelo muy largo, al menos un palmo por debajo de los hombros, enmarañado. Sonrío al abrir la puerta y sin decir nada se dio la vuelta y caminó, lentamente, arrastrando la manta, hacía el sofá y allí de dejó caer como un cadáver.

Yo cerré la puerta. Hacía mucho calor allí, la calefacción debía llevar puesta todo el día. A mi me vino bien por que había venido en manga corta a pasar del frío. Vivía muy muy cerca.

Entré en el salón y dejé la cinta encima de una mesita de cristal que estaba entre la televisión y el sofá, tiré la manta en el otro sofá que había y me senté. Ella en seguida me miró.

- Nooo… – maulló – Ven aquí, conmigo.

Como con desgana, fingiéndola, indudablemente, me levanté, ella se incorporó ayudándose con los brazos y esperó a que me sentase donde antes estaba su cabecita. Al sentarme ella volvió a dejarse caer y descansó sobre mi pierna. Estaba caliente. Puse mi mano en su cintura, notaba perfectamente el valle que había entre sus caderas y sus costillas, aquello era nuevo. En poco tiempo su cuerpo había cambiado mucho. La televisión estaba encendida, pero tenía el volumen quitado. Yo suspiré y le acaricié un poco el pelo, luego el cuello. Estaba muy caliente. Bajé la mano desde el hombro hasta la cintura, hasta el muslo. Con miedo a estar yendo demasiado lejos, volví al pelo, acariciándolo despacito, delicado.

- Vas a conseguir que me duerma.
- No quiero que te duermas… - dije mientras procuraba poner más cuidado aun en mis caricias – Te he traído mi manta de estar enfermo, seguro que está llena de microbios y bacterias. – No dijo nada. Yo permanecí un tiempo en silencio, viéndola con los ojos cerrado, respirando tranquilamente, completamente en paz. – ¿Pongo la película?

Tardó tanto en contestar que primero pensé que no quería y luego que estaba dormida. Pero no lo estaba.

- Estoy muy a gusto cuando estás cerca.

El cumplido me sentó bien, me puso de buen humor, pero no quise decirle que a mi me pasaba lo mismo, no quería hablar de lo que sentía por ella, del miedo que me daba perderla, que se fuese, que no me besase.

- Eso no es una respuesta.
- Si lo es, - dijo con los ojos cerrados – quiere decir que lo que me importa es que estés aquí, que si la pones y luego vuelves me da igual. - respiró profundamente y se acomodó acurrucándose como un gato - Si vuelves todo me da igual.

Aquello me dio confianza. Me agaché y le susurré al oído, “yo siempre voy a estar aquí”. Se lo dije como con secreto, muy bajito, como si no quisiese que eso fuese a afectar al resto de la conversación. Ella dio un respingo, abrió los ojos y se tumbo boca arriba. Los pies se le salieron por debajo de la manta, aquellos gorilas con ojos de plástico. Me miró, sacó su mano derecha de la manta, la puso en mi mejilla y me acarició mientras me miraba a los ojos. La besé. Muy despacio. Era la primera vez que nos besábamos, acabábamos, sin saberlo bien, de romper un muro. Cuando me quise separar para mirarla, para darme cuenta de que todo era verdad, ella me puso la mano en la nuca y me acercó a sí aun más. Nuestras lenguas se empaparon, se juntaron como si se reencontrasen en algún andén después de años y se fundiesen en un abrazo cálido e intenso, como si siempre hubiesen estado juntas pero algo muy fuerte las hubiese obligado a permanecer lejos la una de la otra. Pegó un salto del sofá y se puso de pie delante de mi.

- Levántate. – me dijo muy seria

Yo, atónito, obedecí. Sin la manta por encima de los hombros pude notar que no llevaba sujetador, se intuía su pecho debajo de la tela ligera del camisón. Era terriblemente excitante. Me miró a los ojos. Se mojo los labios con la lengua y se apartó el pelo de la cara. Volvió a mirarme y sin dejar de hacerlo apartó de sus hombros los tirantes del camisó. Este calló hecho un burruño encima de los gorilas. Fue un segundo. Tampoco entonces pude aguantarle la mirada. Los ojos se me fueron automáticamente al suelo. Desde allí los alcé poco a poco: sus rodillas, sus braguitas negras, su ombligo, la cintura que estaba acariciando hacía solo 2 minutos, su pecho, pálido como toda ella, con los pezones oscuros y pequeñitos, el dibujo perfecto de sus clavículas, su cuello, su boca, sus ojos... Era incapaz de mirarlo todo a la vez. Se acercó a mi y agarró fuerte la parte baja de mi camiseta. Yo levanté los brazos y me la quitó. Luego desbrochó el botón del pantalón, con movimientos torpes pero con una eficacia sorprendente. Yo estaba preocupado. Tenía una erección increible, con el pantalón quedaba disimulada, pero cuando lo quitó, detrás del calzoncillo te notó perfectamente. Ella sonrió un poco, sólo un gesto, como pensando que aquello no debería estar de aquella forma, que no había razón, que yo estaba loco por que su cuerpo me exitase así. Yo no sabía qué pensar, qué prever, no podía imaginarme nada, estaba bloqueado, mi cuerpo estaba allí, frente al suyo, los dos semidesnudos, pero mi mente aun estaba acariciándole el pelo. Me abrazó y yo me quedé frío, asustado. Pero también la abracé. Noté su cuerpo caliente pegado a mi. Cuando la rodeé con mis brazos ella suspiró y apoyó su cabeza en mi hombro. Me sentí responsable de ese cuerpo, como si me lo hubiese regalado y ahora tuviese que cuidarlo mucho, siempre.

Se le escapó una lágrima.

- No quiero irme
- Ni yo que te vayas
- Te voy a echar de menos, mucho.

Ahora me acuerdo de todo aquello. Aquella noche no vimos película ni hicimos nada más que estar juntos, aprovechando cada segundo, respirándonos. Me fui casi a las 3. Le dejé mi manta. A los dos meses de mudarse me escribió diciéndome que acababa de ver en casa de otro chico “los amantes del circulo polar”, que le había encantado, que me echaba de menos.

Al final puso: “valiente”.

Confesiones (1ª parte)

- ¿Aquí?
- Si, si, como quieras.
- ¿Un café?
- Si
- ¿Con leche?
- Mmmm… si
- ¿Fría o caliente?
- Mejor fría
- ¿Azúcar o sacarina?
- Azúcar ¿no?
- Lo que quieras
- Azúcar
- Ahora vuelvo

Es delicado traer esos dos cafés de vaso largo. Tiene muy poca estabilidad. Lo normal es que se muevan lo suficiente como para derramar un poco de líquido en el platito. La bolsita de azúcar se moja por una esquina, pero no pasa nada, hay de sobra, puede desperdiciase un poco. Llego y ella está haciendo tiempo leyendo un libro, creo que nada interesante. Me siente llegar, tengo la mirada clavada en los vasos, como si al dejar de mirarlos fuesen a perder el equilibrio por completo. Ella está de espaldas, pero como me siente se vuelve, y luego, rápida, aparta todo de la mesa, su bolso, mi chaqueta, para que pueda dejar los cafés. Le doy el vaso que no ha derramado café, que casualmente es el mío, por que tiene la sacarina en vez de azúcar, pero en un movimiento de tahúr le hago el cambio y quedo como un señor.

Me siento delante de ella. Tiene los ojos color miel, pequeñitos. La piel pálida y suave. Cuando se aparta el pelo y lo sujeta detrás de las orejas, redonditas, se nota que por su sien pasa una vena azul preciosa. Yo la tengo muy controlada, me inspira mucho respeto. Me gustaría besarle la sien, tiene que ser fantástico poder apartar todo ese pelo brillante, sujetarlo entre los dedos y besarle tiernamente la sien.

Hacía mucho tiempo que no hablábamos. Yo estoy a punto de tomarme ya el tercer café, no he dormido nada, me he pasado prácticamente toda la noche con los ojos abiertos pensando. Me he acordado de cuando vivía cerca de mi casa. Nuestros padres eran amigos y solíamos jugar en la misma calle, en el mismo parque. Recuerdo que nos poníamos de acuerdo para convencer a nuestros padres para que nos llevasen al parque de atracciones. Yo le decía a los míos que sus padres habían dicho que si, y ella les decía lo mismo a los suyos y al final, medio engañados, acababan llevándonos. Recuerdo que hacíamos carreras para pegarnos la calcomanía en la fuente de la entrada y siempre ganaba yo. Tengo una piel más adherente. La suya es más resbaladiza, mucho más delicada. No tengo tanta confianza como para cogerle ahora la mano, pero la estoy mirando y creo que la tiene igual que cuando teníamos 8 años. Qué rápido pasa el tiempo. Todavía se ríe igual.

- Es extraño todo esto ¿verdad?
- Si, han pasado muchas cosas.
- Muchas… Tú aun tienes esa mirada
- ¿Cuál?
- Esa, cuando me miras a los ojos y luego la apartas por que no me aguantas. Bajas los ojos y miras lo que sea. Te pones muy guapo cuando lo haces. Siempre me volvió loca eso de ti. No lo he vuelto a ver en nadie.

Sonrío aun con los ojos clavados en la mesa. Le miro a los ojos, pero otra vez no aguanto. Casi sin querer, extiendo mis manos sobre la mesa y con ellas envuelvo su izquierda. Entrelazamos los dedos un poco y luego paso el pulgar por el dorso. Está igual de suave.

- Te he echado de menos
- Y yo a ti – responde como un rayo - En realidad esto es mucho más culpa mía que tuya. Desde que nos mudamos me he ido alejando de ti sin darme cuenta. Creo que estábamos tan acostumbrados a que todo saliese solo, a que las cosas pasasen sin más, a que la rutina nos mantuviese juntos, que cuando tuvimos que hacer un esfuerzo para no distanciarnos nos bloqueamos.
- Parece mentira que hayan pasado ya seis años. El tiempo se me ha pasado volando. Cada año es más corto que el anterior. Parece que noviembre acaba empezar y ya le quedan solo unos días. Parece que ayer todavía teníamos la sensación de verano pegada a la piel. Es un tiempo extraño. Noviembre es otoño pero ya sabe a invierno. Las calles huelen a castañas asadas y la gente ya mira las bombillitas sin cara de sorpresa, sin pensar que aun falta. Todo pasa volando.

Bebe un sorbo de su café y se quema la lengua. Claro, el suyo era el templado y se lo he cambiado sin querer. Qué idiota. Ella se lleva la mano a la boca.

- Mierda… Ese era el mío ¿no? ¿Está muy caliente?
- Uff… - se queda un momento callada- Si, un poco, pero no pasa nada, ya se enfriará.
- No, no, toma el mío que no lo he tocado, yo estoy acostumbrado a que esté caliente, además, a este es al que han debido echarle la lecha fría, debe estar templado, toma.
- ¿No te importa?
- No, de verdad, lo prefiero, me he debido de equivocar al ponerlos en la mesa, iba tan concentrado en que no se me cayesen por el camino que he olvidado para quién era cada uno

Los cambiamos. La conversación de antes ha quedado colgando y ahora hay un silencio bastante incómodo.

- No me gusta mucho - continúa como si nada - la navidad, pero adoro que haga frío, me encanta dormir cuando hace frío. Los domingos me quedo hasta tarde en la cama y luego salgo en camisón directa a la ducha. Me puedo pegar ahí todo el tiempo del mundo. Aprovecho para lavarme el pelo, ponerle mascarilla, frotarme fuerte la piel para quitar las capas muertas, me depilo… Salgo de ahí hecha una princesita.

- Seguro que estás muy guapa


- Yo lo estoy siempre – bromea. Bebe un poco de café y me mira. – Tienes razón en lo de antes, los años cada vez son más cortos. Cuando cumplí 19 decidí que tenía que hacer un montón de cosas. Me iba a apuntar a clases de fotografía, iba a aprender algo de arte por mi cuenta, iba a ir a gimnasio a nadar, quería sacarme el carné, fumar menos… No he hecho nada de eso. El último cumpleaños fue horrible. Cumplir 20… No sé, noté los 20 como una frontera: a partir de entonces sabía que todo aceleraría. Noto cada año como un año menos, en vez de cómo un año más. Percibo las cosas al revés. Todo pasa tan rápido que me da vértigo. Intento fijarme muchos en las cosas… – bebe otro poco, traga y suspira – Fijarme para poder ubicarlas después en el tiempo. Por ejemplo, esta conversación. Cuando vaya a empezar el verano recordaré lo que me digas ahora y te escucharé diciéndomelo con esa mirada tímida, desde detrás de las gafas. Lo ubicaré en el otoño y me repetiré a mi misma: “han pasado sietes meses, siete meses”, intentando comprender lo que eso significa, lo que son siete meses, exagerando mentalmente esa realidad para intentar sentirla como algo grande, inmenso, y así poder tener la sensación que he vivido entre medias. – Termina de beberse el café, yo aun estoy esperando a que se enfría un poco. -Probablemente no funcione.

- Nunca funciona.

Ella se inclina hacia su izquierda y pone el bolso encima de las rodillas, lo abre y empieza a buscar. Saca un paquete casi nuevo de Lucky Strike y saca un cigarro. Lo sostiene entre los labios y frunce el ceño mientras busca el mechero. Pero no hay suerte.

- Tú no tienes fuego verdad…
- No…

Necesita ese cigarro, la conozco. Antes, mientras hablaba, me ha dado la sensación de escuchar la un mechero detrás de mi, así que me doy la vuelta y pregunto. No me equivocaba, yo mismo le doy fuego. Al devolvérselo al dueño, él la mira y ella aprovecha para darle las gracias.

- No te importa que fume ¿no?
- Estoy acostumbrado.

Le da una calada muy profunda y la punta se pone al rojo vivo, casi tanto que intuyo las hebras crepitar convirtiéndose en humo y ceniza.

- Te noto un poco serio
- Estoy cansado, he dormido poco. – Me pongo aun más serio.- Además, estaba pensando en todo eso que has dicho, a mi con los 20 me pasó igual que a ti con los 19. Pensaba hacer un montón de cosas. Adelgazar, escribir más, ver más cine, divertirme, disfrutar… Estoy cerca de los 21 y no he hecho nada de eso. No hay nada que merezca la pena. Todo es un desperdicio y lo peor es que no encuentro consuelo, ni soluciones, solo distracciones estúpidas. La soledad la tengo dentro, la tengo incubada como un virus, latente siempre. La intranscendencia de absolutamente todo lo hace todo insoportable. Los días son previsibles; aburridos y neutros como el blanco; inofensivos como un beso en la mejilla. Nada sobresale. Todo es repugnantemente normal. – Me detengo, pero ella no dice nada, quiere que siga, no es un silencio incómodo, es una pausa, y ella lo sabe, fuma un poco, expulsa el humo hacía un lado para que no me dé de lleno y sacude un poco la ceniza. Yo cambio la mirada y me fijo en lo que hay fuera, en los árboles.- Las cosas que son supuestamente bellas, intensas… todo eso me suena farsa y a mentira. El otro día, sin ir más lejos, me compré un libro de poemas de Cabellero Bonald, y todo me parece excesivo: morir por amor, el desarraigo de la patria, las heridas incurables de la vida, las pasiones violentas, el deseo brutal… todo eso me suena mentira. ¿Por qué nadie escribe sobre la nada? ¿Por qué nadie explica qué pasa cuando no pasa nada? – Hago otra pausa, ahora si bebo un buen trago de café- Cuando mi vida coge una pequeña cuesta abajo intento que parezca una caída en picado, quiero verme con miedo, a una velocidad que pueda hacerme daño, que pueda matarme, que sea peligrosa. Quiero sentir el viento silbando en los oídos y las ruedas girando tan deprisa que parezca que vayan a salirse de su eje o a derrapar. Pero todo es una farsa. Sigo andando seguro y tranquilo. Despacito. Es la seguridad que da el aburrimiento. Y lo peor es que el tiempo, en vez de ir más despacio como cuando algo te aburre, hace lo contrario, se acelera. Es como si alguien estuviese viendo la película de mi vida y estuviese rebobinando los anuncios, lo que no importa, lo que no entra en el argumento, lo que es insustancial, es decir, todo esto. Mirar atrás y ver que no has hecho anda de lo que querías hacer es horrible. Ya no sólo con lo de adelgazar y esas cosas. Yo quería estar con alguien, querer a alguien. Disfrutar. Follar hasta hartarme, pasarlo bien y ser feliz. Y claro, evidentemente no ha pasado nada de eso; no tengo novia, pero tampoco he follado hasta hartarme, de hecho no he follado; tampoco lo he pasado realmente bien, y desde luego no he sido feliz. – Bebo más. Pero ahora rápido, no quiero silencios, necesito decir todo lo demás y rápido, sin pensarlo – Me sigo haciendo pajas como un adolescente, como cuando tenía 15 años. Me masturbo de forma mecánica, a veces después de comer, otras antes de dormir. Es horrible. Ya ni me molesto en hacerlo bien, tranquilamente, en disfrutarlo. Hace tiempo que no vivo situaciones cotidianas que me exciten, así que acabo poniéndome los anuncios pornográficos medio codificados de alguna televisión local donde dos tipos, mucho mas grandes y que la tienen mucho más grande que yo, penetran, uno por delante y otro por detrás, a una furcia maquillada que se aleja por completo del prototipo de mujer que me excita. Y me corro viendo esa mierda. Lo más rápido posible. – Me callo. Creo que me he pasado. – Ese es el colmo de la soledad ¿sabes? Normalmente prefiero no pensar en ello, me siento vacío si lo hago. Hay noches en que luego miro la agenda del móvil, como buscando consuelo, y no hay nadie, todos los nombres, todas las personas me producen la misma apatía, me parecen todos igual de asépticos que el resto de las cosas que me rodean. Pienso en esto y lo enfoco desde un punto de vista racional, intentando comprenderlo. Necesito saber que es una situación pasajera, que esto cambiará y todo eso. Necesito saber que esta nada no va a estar aquí para siempre. Si no acabaré pegándome un tiro.

martes, 21 de noviembre de 2006

Punto y final

Estudio de la letra de "pesadilla en el parque de atracciónes" de los planetas con anotaciones al margen para su mejor memorización. Es preciso que el sujeto que pretende aprender la letra inente comprender la letra, su porqué y su estructura. Pongamos el caso hipotético de una persona de un tipo que se llama Pedro y de una tipa que se llama Laura. Tienen una relación en proceso de deterioro, unos últimos meses muy malos, ya se ve venir que aquello está por romperse, pero Pedro no se atreve a dar el paso por que es la quiere mucho y es además ciertamente ingenuo. Pero, aun con todo, él intenta aguantar lo posible, soporta más que antes sus rabietas, sus paranoias, sus enfados por nada; da su brazo a torcer en las discursiones... y la impotencia que le produce el hecho de que su relación no mejore a pesar de su sumisión progesiva, hace aflorar en él un odio cada vez más intenso. Un día ella le deja y claro, él explota y le escribe algo así como una carta descargando toda la energia negativa acumulada. El título que le pone es "pesadilla en el parque de atracciones", que deja bastante claro por donde va a ir.

El comienzo es puramente de propio del género espistolar "quiero que sepas..."


Quiero que sepas que ya me esperaba
que esto ocurriera y que no pasa nada
Que solo me da la razon y que he estado aprendiendo
de cada momento que he estado contigo


Los primeros cuatro versos son fáciles de memorizar y de localizar por que parece propios de un comienzo. Sienta las bases de lo que vendrá y se esfuerza por dejar claro que no es tan ingenuo y gilipollas como en realidad es, y que él ya se lo esperaba: es una especia de pseudofórmula patética para quitarle peso al hecho de la ruptura de la relación haya sido decisión unilateral. Además, reconoce haber aprendido, lo dice como algo positivo, no quiere dar lástima, quiere que ella piense que él piensa en lo positivo que ha tenido la relación.


Y pienso aplicar contra mis enemigos
tus tacticas sucias de acoso y derribo


Aqui empieza a verse ya el rencor acumulado. Parece que intenta decile "he sufrido mucho por tu culpa, me has convertido en un monstruo"


Que tambien he sacado algo bueno
de todo este enredo
Y quiero que sepas
que espero que acabes colgando de un pino
cuando veas lo imbecil que has sido
cuando veas que lo has hecho fatal


Como dije al principio, en el caso hipotético de Pedro y Laura, él intenta mantener a flote la relación y es ella la que termina por arruinarlo todo. Por eso él le dice que aun no ha visto lo imbecil que ha sido, que cuando pase el tiempo se dará cuenta de todo, de que lo ha hecho fata, de que le ha perdido a él, que es una gran persona (ya dijimos que no quiere dar lástima, nunca pide perdón ni se coloca por debajo de ella, es casi un "no me mereces, me has perdido por gilipollas).


Y que quiero que sepas
que ha sido un infierno estando contigo
Que el infierno es lo mas parecido,
te pareces un poco a Satan


En estos últimos cuatro el tipo se hace fuerte y la llama Satán.

Fin de la primera parte. Ha sido el primer momento, justo al llegar a casa, ha soltado el mensaje inmediato, lo esencial. Punto y aparte.


Quiero que sepas que me he acostumbrado
a tus putas escenas de "ahora me largo"
Largate ya de verdad que seria una suerte
si no vuelvo a verte en los proximos años


El odio por fin le hace ver que no vale la pena ni siquiera intentarlo. Cambia un poco el punto de vista: alguien tenía que dar el paso, lo ha dado ella, no hace falta justificarse, sólo esperar que sea definitivo. Hay que pensar que en los momentos dificiles de la relación, los hipotéticos Pedro y Laura, han tenido sus míticos y a menudo inservibles "tiempos de reflexión", se han dejado y han vuelto, etc etc. Las "putas escenas de ahora me largo", clásicas en el género femenino, le hacen darse cuenta de que en realidad ella es poco más que una mimada que pilla rabietas e intuye que esta puede ser una más, y ve hay un punto para hacerse fuerte, para tener él un lugar de decisión en todo eso: "no volver con ella aunque quiera"


Por mi que podrias tirarte de un tajo
que ya lo que hagas me trae sin cuidado


Vamos: "paso de ti"


Si me pongo a pensarlo un momento también lo prefiero
Asi que ya sabes que espero que acabes pegandote un tiro
Cuando veas lo imbecil que has sido
Cuando veas que lo has hecho fatal
Y que quiero que sepas que ha sido un infierno estando contigo
Que por poco no acabas conmigo
pero soy dificil de matar
Y que quiero que sepas que ha sido un infierno estando contigo
Que el infierno no es tanto castigo
Te pareces bastante a Satan

Y al final pocas novedades, basicamente lo mismo que el la primera parte. Cambia el "colgando de un pino" por "pegándote un tiro", que es más fuerte; y, siguiendo ese aumento de la intensidad cambia el "te pareces un poco a Satán" por "te bastante a Satán.

http://www.youtube.com/watch?v=CCbTG0gr7iA

Punto final y lobotomía inevitable.

lunes, 20 de noviembre de 2006

Llorar en otoño

bajo la calle y

el viento silba antídotos:

precipitándose.

domingo, 19 de noviembre de 2006

Relaciones esporádicas

Paso por la puerta que pone "no pasar", me cruzo a un cirujano vestido de verde el pasillo, con mascarilla verde, con ojos de bisturí, medio calvo, padre de una hija, seguro, eso se nota. Pasó otra puerta. Me esperaban.

- Hola, te estábamos esperando, siéntate en el sillón de la otra sala, ahora mismo vamos.

Miro el corcho, hay listas con nombres, las guardias de los médicos. En las listas de la habitación sólo hay nombres de hombres; en la sala sólo hay mujeres. En la habitación de al lado hay un sillón negro de cuero de mentira. Me siento. Está muy blando. Oigo a la mujer de la otra sala. "Dónde está la de las prácticas... Joder...". La ventana que tengo a la izquierda tiene los bordes del cristal sucios, y muy muy cerca del marco hay moho. Da a un patio interior. Las paredes de los patios interiores no se cuidan por que no se ven. Todas desconchadas. El blanco original que se mantiene tiende a mimetizarse con el gris que está destinado a tapar, y hay zonas donde resulta difícil apreciar los contrastes. De fondo hay algunas montañas sin nieve y si uno está atento es posible que vea pasar algún pájaro negro, de los que no se ven en la ciudad.

Entra. Es muy guapa.

- Hola...

Es muy tímida. Yo no. Estar en ayunas por obligación me pone de buen humor.

- Hola. Vienes a sacarme sangre ¿a qué si?

Sonríe.

- Sí.
- Pues te aviso que soy un tío difícil.

Vuelve a sonreír. Me remanga mi brazo izquierdo. Lo siento como si me desnudase. Saca una goma larga y verde del bolsillo derecho de la bata, usada, seguro. La saca como quién desenfunda un rifle desgastado con el que ya ha matado a varios enemigos y que se nota que es el suyo, que le tiene cariño, que confía, y que probablemente tenga un nombre propio y seguro que más de una anécdota. La bata, también vieja y casi desconchada como las paredes, tiene un escudo bordado burdamente: "Universidad Alfonso X El Sabio". Intento recordar qué frase venía después... era una frase de esas como las de los anuncios: "BMW. ¿Te gusta conducir?". Del estilo. "Universidad Alfonso X El Sabio. ¿Te gusta desangrar?". Es un razonamiento lamentable, pero me hace sonreír. Ella está un poco nerviosa, mucho más que yo. No quiero pensar cuantas veces más ha hecho lo que está apunto de hacer. Hace un nudo en la goma y lo aprieta alrededor de mi bíceps entrenado sin demasiada decisión. Se arrodilla. Yo extiendo dócilmente el brazo y ella acaricia la zona donde pretende encontrar la vena. Pero no aparece. Si no termina rápido vendrá la mujer de la otra sala y acabará haciéndolo ella. Sé que tiene que apretarme más fuerte, pero no quiero decírselo de forma que pueda interpretar que estoy diciéndole cómo tiene que hacer su trabajo. Hago lo posible.

- Ya te dije que era difícil... Creo que estaba haciendo un poco de fuerza con el brazo cuando me has atado la goma- miento- y ahora que lo he relajado ha quedado un poco suelta. Aprieta sin miedo...

Se incorpora lentamente. Tiene que volver a desnudarme y ahora si aprieta de verdad.

- A ver ahora...

Noto la sangre agolpándose. Ahora si. Estiro todo lo que puedo y ahí está, tímidamente azul tras la pie delicada y parcialmente translúcida. Ella sostiene una especie de aparatito: una aguja conectada a una pieza de plástico con forma de mariposa de la que sale, por el otro extremo, un tubito flexible que termina en un conector transparente también de plástico, pero este más duro. Vuelve a acariciarme. Tiene el pelo liso y castaño. Cortado a capas. Mechas rubias que aparecen aparentemente al azar. Las puntas terminan a alturas diferentes. Todo muy elaborado. Parece el peinado de una peluquera que se corta el pelo así misma. Desde aquí es vulnerable. Le veo la raíz, pero bueno, está apunto de perforarme una vena, algún derecho tengo que tener. Lo hace sorprendentemente bien. Miro atentamente. Está contenta y acoge en los labios una muestra de satisfacción por el trabajo bien hecho. Del bolsillo saca tres botes: uno pequeño y gordote, otro largísimo y muy fino, y uno que es un término medio, uno diríamos normal. Por ese orden los va colocando en el conector de plástico del que nace el tubito que va a la mariposa que ha introducido en mi su aguijón metálico sin que yo me dé cuenta. La sangre sale sola, casi como si mi cuerpo la ofreciese generosamente. Es más oscura de lo que yo pensaba. Y también más líquida. Parece una infusión de algo dulce. Yo siempre imaginé que esto lo hacían con una jeringa. Me sorprende.

- ¿Cómo funciona esto? ¿Los botes están como al vacío y por eso sale la sangre no?
- Si, así no tenemos que usar la jeringa.

Engancha el segundo bote.

- Ya acabamos
- ¡Qué pena!

Sonríe otra vez. Creo que le caigo bien. Sin dejar de mirar muy atentamente el aguijón y todavía con la sonrisa dice :

- ¿Te gusta que te saquen sangre?
- No sé. Antes me daba un poco de miedo. Una vez de pequeño me mareé y luego me tuvieron que dar azúcar. Pero eso fue hace mucho. Esta es la primera vez que miro. Con los años me he convertido en un tipo muy curioso. Se me ocurren un montón de preguntas constantemente.
- ¿Como cuales?
- No sé. No me has dicho tu nombre todavía. Si no fuese por tu bata, no te hubiese dejado apretarme tan fuerte.
- Me llamo Andrea.
- Y estás harta de que la mujer esa de la otra sala no se aprenda tu nombre.
- Si. Pero qué le vamos a hacer. Bueno esto ya está.
- ¿Ya?
- Sí. Aguántate este pedacito de algodón ahi un ratito y mantén el brazo estirado para que no te duela después al doblar.
- Eso haré. Oye... que gracias.
- De nada hombre.

Salgo de la sala y entro en la otra. La mujer me mira por encima de las gafas y me dice adiós. Me despido y ando por el pasillo. Otra vez el médico padre de una hija. Me mira de arriba abajo. El brazo atentamente. Como si fuese yo tonto. Claro, eso encaja con que entrase por una puerta prohibida impunemente: soy tonto.

- ¿Análisis?
- Si
- ¿Y por qué vas con el brazo estirado?
- Por que me han dicho que si no luego me va a doler al doblar.
- ¿Quién te ha dicho eso?
- La chica que me ha sacado sangre
- Pues no. Dóblalo, por que si no si que va a dolerte.
- Vale.

Lo dije sin mucha convicción.

Aun duele un poco.

No escuchaban nada

No escuchaba nada más, sólo la música. De la parte de arriba, caían gotas gordas sobre un charquito pequeño y producían otras pequeñas gotitas, y unas grandes ondas, como de oleaje furioso. Sobre las perturbaciones bailaba una colilla fumada hasta el filtro, amarillenta por la parte blanca. Las gotas tenían ritmo al caer, y las gotitas también, y las ondas, pero no el baile de la colilla, que oscilaba evidentemente desordenada, violenta, con miedo de tener huesos, por que se los rompería todos de pura violencia. Sacudida, húmeda y maloliente náufraga, consumida hasta los huesos que no tiene. Los coches también pasaban desordenados. Pero también había ritmo: el semáforo de los peatones pitaba primero rápido, luego un poco más lento, acompañando el parpadeo verde del peatón. Después de eso, todo rojo: prohibido para los peatones y para los coches. Y después los coches podían pasar, y lo hacían. Aceleraban muy rápido y pasaban levantando el agua del asfalto, haciendo ese ruido que hacen los coches, dándose el relevo, desplazando el aire. Cuando paraban, el peatón reverdecía y el pitido informaba a los ciegos ausentes de que ya podían cruzar sin ser atropellados.

No escuchaba nada más, ni los pitidos, solo la música. Ella estaba sentada encima de unos periódicos viejos con los que había intentado secar su parte del banquito, la de la derecha. Tampoco escuchaba nada más, o eso parecía. La pierna derecha cruzada sobre la izquierda de esa forma que las cruzan ellas: completa y naturalmente. El pie de la pierna suspendida tenía ritmo, como las gotas. No podía mirar el pie y las gotas a la vez por que el uno quedaba a su derecha y las otras a su izquierda, pero hubiese jurado que pulsaban a la vez. Incluso pensó que las gotas caían por que el pie pulsaba, gracias a él y sólo por él. Si el autobús llega y ella se levanta a cogerlo las gotas se quedarán quietitas arriba, inmóviles.

No escuchaba nada, ni los pitidos, ni los coches, ni los autobuses que esperaba, solo la música. Ella estaba sentada encima de unos periódicos viejos con los que había intentado secar su parte del banquito, la de la derecha. Tampoco escuchaba nada más, o eso parecía. Él tenía los dos pies apoyados en el suelo, firmemente. Llevaba el ritmo con el talón. Entre las gotas y el pié suspendido. Encontró la solución al dilema: miró el pie de ella, pulsó a la vez, acompasó la velocidad hasta mecanizar el intervalo y entonces apartó la mirada y se fijó en las gotas. “Pok, pok, pok…”. Se quedó un tiempo absorto. Tenía la sensación de que la responsabilidad ahora era suya, el pie pulsaba al mismo tiempo, no había duda, las gotas caían con él y si paraba, las gotas pararían. Estaba atrapado. Pero no estaba solo, ella estaba allí, pulsando con él y con la lluvia, o eso creía. Miró a su derecha. Había desaparecido. Miró al frente. Ya estaba dentro del autobús. Huyendo.

Por qué

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niсos.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

FGL